Últimamente he estado pensando mucho en la herida que sostenemos tod@s durante nuestra niñez. El dolor que sufrimos por sobrevivir y llegar a ser adult@s y cómo, a su vez, esta misma herida se la tenemos que infligir a las nuevas generaciones para que se puedan adaptar a la sociedad civilizada que hemos creado y que hemos hecho indispensable para la supervivencia.
Pasamos la gran parte de nuestra vida adulta intentando ignorar o sanar esta herida y la perpetuamos en las siguientes generaciones, asegurándonos de que ell@s también tengan un futuro como el nuestro, condicionado por el dolor que intentarán escapar o calmar.
Puede que esto parezca negativo, excesivo, dramático... Pero es una de las razones por las que a lo largo de la historia de la humanidad se han contado no sólo cuentos de héroes, pero también los cuentos de descenso.
La escritura más antigua encontrada, de hace más de 4000 años, es el mito de la Diosa Sumeriana Inanna, quien desciende al inframundo, enfrentándose a su hermana que la hiere tan profundamente que se convierte en un trozo de carne podrido. La Diosa poderosa del panteón Sumeriano no es simplemente herida, se convierte en sólo herida y dolor.
Más adelante, con los Griegos antiguos, tenemos el cuento de Quirón, quien se convierte en el mejor sanador jamás conocido gracias a la herida que nunca se le cura, atrapado entre su estatus mortal y el regalo de inmortalidad recibido de los dioses de Olimpia. Desciende al inframundo en busca de alivio, pero no puede.
Estos cuentos reflejan la experiencia humana de existir entre un inframundo regido por la naturaleza, el instinto, la oscuridad y la brutalidad de la existencia física, y el Cielo regido por la pureza de las ideas, la razón, la belleza y la existencia efímera espiritual.
Vivir en sociedad, de manera civilizada, es vivir en el equilibrio entre esos dos extremos. Por mucho que busquemos el amparo de un intermedio cómodo, siempre vamos a vivir en un punto de tensión entre los dos, y nos vamos a desgarrar más o menos, hacia un lado o el otro.
Eso es lo que nos quieren decir estos cuentos, que la herida es inevitable. Pero también nos demuestran que es posible aceptar esa herida, aprender de ella y encontrar nuestra manera de vivir con la herida.
Inanna vuelve a la tierra, pero todo cambia. Desde entonces, todos los años, su marido y su cuñada intercambian estancias de seis meses en el inframundo, creando las estaciones y ayudando a mantener el equilibrio entre Cielo e Inframundo.
Quirón se convierte en el mejor sanador y al final los Dioses le ofrecen un sitio en el firmamento como una constelación. Ninguna opción es fácil ni desprovisto de dolor, pero son diferentes maneras de encontrar el equilibrio a través de la aceptación y el aprendizaje.
Os invito a que intentéis encontrar vuestro propio equilibrio, a que busquéis maneras de sanar y mantener sana la piel al rededor de la herida, que por mucho que no se vaya a curar del todo, nos puede enseñar y regalar algo más allá del dolor.
Para explorar cómo pueden ayudarte estos y más cuentos en tu camino de autoconocimiento y autocuidado puedes hacer una cita para una sesión online de terapia Sésamo conmigo o puedes inscribirte al taller presencial que ofreceré este viernes 19 de marzo en Izarpe, Donostia. Más información en mi página web, mandando un mensaje o llamando a Izarpe al 943431210.
Un abrazo
Comments